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Dos años antes de su muerte, en 1848, su hija Mercedes lo convenció de posar para un daguerrotipo, por entonces toda una novedad.
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El 21 de agosto de 1850, un diario de Boulogne-sur-mer
publicó una necrológica que sorprende por lo completa y detallada. Escrita por
un amigo francés, es una minibiografía exenta de algunas deformaciones de que
fue objeto luego la trayectoria del Libertador.
Adolph Gérard era el propietario de la casa que San Martín
habitó en Boulogne-sur-mer durante poco más de un año y medio y en la cual
murió. El general alquilaba un piso del edificio de la Grande Rue 105 –hoy
propiedad de la
República Argentina- en cuya planta baja residía el propio
Gérard, abogado, periodista y por entonces director de la biblioteca de esa
ciudad marítima del noroeste de Francia.
Gérard cultivó la amistad de San Martín en ese período y
cuando éste murió auxilió a su hija y yerno en todos los trámites relativos a
su sepelio. Días después, el 21 de agosto, publicó un extenso artículo en el
diario local sobre la vida y la trayectoria político-militar de su ilustre
inquilino.
Considerando que no se había escrito aún la historia de la Independencia
Sudamericana y de sus protagonistas, y teniendo en cuenta
también la inmediatez de esta publicación –hecha a tan sólo cuatro días de la
muerte del general- cabe suponer que la fuente de los detallados conocimientos
de que hace gala Adolph Gérard en su texto sobre la vida de San Martín era el
mismo protagonista. De ahí su incalculable valor. Y por eso también la sorpresa
ante la escasa atención que le prestaron posteriormente los estudiosos de la
vida de San Martín a este texto, en el cual hay referencias a aspectos de su
trayectoria que luego fueron reinterpretados, polemizados o silenciados por
biógrafos supuestamente más “rigurosos” y documentados.
Un caso es el de la famosa entrevista de Guayaquil. Gérard
refiere lo allí discutido –no habla de secreto- y da por cierta –citando un
párrafo- una famosa carta de San Martín a Bolívar -posterior a su célebre
encuentro- que hizo correr ríos de tinta a los historiadores en una
interminable polémica sobre su autenticidad.
“Aunque cinco años mayor que su rival de gloria, (San
Martín) le ofreció (a Bolívar) su ejército –dice Gérard sobre la entrevista que
tuvo lugar en Guayaquil el 22 de julio de 1822-, le prometió combatir bajo sus
órdenes, lo conjuró a ir juntos al Perú, y a terminar allí la guerra con
brillo, para asegurar a las desdichadas poblaciones de esas regiones el
descanso que tanto necesitaban. Con vanos pretextos, Bolívar se negó. Su
pensamiento no es, parece, difícil de penetrar: quería anexar el Perú a
Colombia, como había anexado el territorio de Guayaquil. Para eso, debía
concluir solo la conquista. Aceptar la ayuda de San Martín, era fortalecer a un
adversario de sus ambiciones. Bolívar sacrificó por lo tanto sin hesitar su
deber a sus intereses”.
Y sobre la que se conoce como “carta de Lafond” por el
nombre del autor francés que primero la publicó completa, agrega Gérard: “De
Lima misma, y con fecha del 29 de agosto, había anunciado a Bolívar sus
designios en una carta mantenida secreta hasta estos últimos años, y que es
como un testamento político (…): ‘He convocado, le decía, para el 20 de
septiembre, el primer congreso del Perú; al día siguiente de su instalación, me
embarcaré para Chile, con la certeza de que mi presencia es el único obstáculo
que le impide venir al Perú con el ejército que usted comanda… No dudo de que
después de mi partida el gobierno que se establecerá reclamará vuestra activa
cooperación, y pienso que usted no se negará a una tan justa demanda’”.
Otro detalle interesante en el artículo del Impartial de
Boulogne-sur-mer es la síntesis que hace Gérard del pensamiento político de San
Martín, en términos que iluminan la futilidad de la discusión sobre el
monarquismo del Libertador; no porque lo niegue, sino porque lo explica, al
ponerlo en contexto: “Partidario exaltado de la independencia de las naciones,
sobre las formas propiamente dichas de gobierno no tenía ninguna idea
sistemática. Recomendaba sin cesar, al contrario, el respeto de las tradiciones
y de las costumbres, y no concebía nada menos culpable que esas impaciencias de
reformadores que, so pretexto de corregir los abusos, trastornan en un día el
estado político y religioso de su país: ‘Todo progreso, decía, es hijo del
tiempo’. (…) Con cada año que pasa, con cada perturbación que padece, la América se acerca más aún
a esas ideas que eran el fondo de su política: la libertad es el más preciado
de los bienes, pero no hay que prodigarla a los pueblos nuevos. La libertad
debe estar en relación con la civilización. ¿No la iguala? Es la esclavitud.
¿La supera? Es la anarquía”.
Gérard nos deja también una descripción del aspecto y
carácter de San Martín por aquel entonces. Cabe señalar que, dos años antes de
su muerte, en 1848, su hija Mercedes lo convenció de posar para un
daguerrotipo, por entonces toda una novedad. Esa es por lo tanto la única
“fotografía” que tenemos de él: aquella en la cual está sentado y luce el
cabello encanecido. Permite calibrar cuáles de los tantos retratos pintados de
él son los más fidedignos.
Así describía Gérard a su inquilino: “El señor de San Martín
era un bello anciano, de una alta estatura que ni la edad, ni las fatigas, ni
los dolores físicos habían podido curvar. Sus rasgos eran expresivos y
simpáticos; su mirada penetrante y viva; sus modales llenos de afabilidad; su
instrucción, una de las más extendidas; sabía y hablaba con igual facilidad el
francés, el inglés y el italiano, y había leído todo lo que se puede leer. Su
conversación fácilmente jovial era una de las más atractivas que se podía
escuchar. Su benevolencia no tenía límites. Tenía por el obrero una verdadera
simpatía; pero lo quería laborioso y sobrio; y jamás hombre alguno hizo menos
concesiones que él a esa popularidad despreciable que se vuelve aduladora de los
vicios de los pueblos. ¡A todos decía la verdad!”.
Del relato de Gérard, emerge además una imagen diferente del
ostracismo de San Martín, presentado por muchos de sus biógrafos como un
período de oscuridad y silencio. Aunque, “menos conocido en Europa que Bolívar,
porque buscó menos que él los elogios de sus contemporáneos”, dice Gérard, no
era un exiliado ignoto: “En sus últimos tiempos, en ocasión de los asuntos del
Plata [el bloqueo anglo-francés del Río de la Plata en tiempos de Rosas], nuestro Gobierno se
apoyó en su opinión para aconsejar la prudencia y la moderación en nuestras
relaciones con Buenos Aires; y una carta suya, leída en la tribuna por nuestro
Ministro de Asuntos Extranjeros, contribuyó mucho a calmar en la Asamblea nacional los
ardores bélicos que el éxito no habría coronado sino al precio de sacrificios
que no debemos hacer por una causa tan débil como la que se debatía en las
aguas del Plata”.
Este hecho –la lectura de una carta de José de San Martín en
el parlamento francés en la cual el general les advertía de que no podrían
doblegar al pueblo argentino- muestra no sólo que su presencia en Francia no
era ignorada por las autoridades de ese país sino que él se mantuvo siempre
atento a lo que sucedía en su Patria e intervino cada vez que pudo con los
medios a su alcance en defensa de la independencia que había conquistado.
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Fuente: Infobae