Miembros
de una flota de barcos balleneros miden el perímetro de un cachalote.
Regresaron a Japón tras la caza de 158 ballenas. (AP)
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Australia
y Japón, dos países con estrechos lazos comerciales, se enfrentan desde el
martes ante el Tribunal Internacional de Justicia de la ONU (TIJ) por culpa de
la pesca de ballenas en la Antártida.
Canberra, que demandó en 2010 a Tokio por
encubrir con argumentos científicos la venta de carne de cetáceo, pide ahora a
los jueces que acaben con dicha práctica. Tokio, de su lado, asegura que sus
incursiones en aguas oceánicas del Polo Sur -saldadas con un millar de capturas
anuales- responden a fines científicos. Son, por tanto, legales en virtud del artículo
VIII de la Convención Internacional de 1946 que regula la caza y comercio de
cetáceos para la investigación. El consumo posterior responde, según asegura,
al aprovechamiento de los subproductos balleneros exigido por la Convención.
“Diferimos
en un solo extremo, la caza de ballenas, para la que pedimos una definición
exacta de lo que constituye un interés científico. Japón ejerce una actividad
comercial enmascarada, pero atesoramos nuestra buena sintonía y esta es la
mejor manera de resolver diferencias entre dos países amigos”, aseguró la
delegación australiana durante la apertura de la vista oral del caso.
A
continuación, sus asesores legales, Bill Campbell y Justin Gleeson, señalaron
que “no es preciso matar ballenas para estudiarlas; hay programas estadísticos
y otros métodos no letales para ello”, dijo Campbell. “Incluso una caza
periódica debería ser evaluada para evitar que repercuta en la población de
cetáceos”. Es decir, Japón no busca un equilibrio entre comercio y
conservación.
Australia
y Japón pertenecen a la Comisión Ballenera Internacional (CBI), surgida de la
Convención Internacional misma. De la regulación inicial de la caza y el
comercio de hace seis décadas, se pasó a la conservación, animada por la
presión popular. En 1972, la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio
Ambiente Humano aprobó en Estocolmo una propuesta de aplazar durante una década
las capturas comerciales. Así podría recuperarse la población de cetáceos
amenazados de extinción. Aunque la moratoria entró en vigor en la temporada
1985-86, según datos de la Comisión, unos 1.600 ejemplares son cazados al año.
En conjunto, más de 33.000 cetáceos han perecido en el mundo desde entonces a
manos de los arpones balleneros. Sí se permite la caza de subsistencia por
parte de grupos aborígenes.
Entre
2008 y 2009, Japón capturó 1.004 piezas (en particular rorcuales aliblancos),
681 en aguas de la Antártida. El bloqueo de sus barcos balleneros en alta mar
por parte de organizaciones conservacionistas como Sea Shepherd, ha contribuido
a que la temporada de caza se acorte. Si bien la carne continúa en los menús
nipones, la demanda ha caído en picado: en 1962 había 230.000 toneladas
almacenadas; en 2009 eran 4.200 toneladas. Noruega e Islandia, que no
participan en este diferendo, también promueven la caza controlada para usos
comerciales.
La fase
oral del caso, a la que se sumará Nueva Zelanda a favor de la tesis
australiana, concluirá el próximo 16 de julio. La decisión del TIJ puede tardar
meses en tomarse, pero es vinculante y se espera que contribuya a sentar las
bases jurídicas para regular de una vez la caza mundial de ballenas.
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