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Mapa histórico de la isla costarricense de Coco. /
ARCHIVO LAUXMANN |
El 22 de octubre de 1820 William Thompson recibió una orden
de la Corona
española. Perú vivía los albores de la guerra de independencia y Lima ya no era
un lugar seguro para las riquezas de la madre patria. Así que el capitán inglés
fue encargado de zarpar rumbo a México y de llevar consigo 24 baúles. No le
dijeron qué contenían. Pero debía de ser algo valioso, ya que un grupo de
oficiales del reino también subió a bordo para acompañarle.
Pero, más que taxistas de un tesoro, Thompson y su
tripulación escogieron ser dueños. Y los oficiales acabaron en el mar. No era
para menos: las cajas contenían monedas de oro y plata, diamantes, joyas y una
enorme estatua dorada de la virgen. Demasiado evidentes para lucirlas por los
siete mares. Así que Thompson dirigió el timón hacia la isla costarricense de
Coco para esconderlas. Al zarpar de nuevo sin embargo el capitán y sus
marineros fueron capturados por un navío español y ejecutados. Todos, salvo
Thompson y otro compañero, que deberían llevarles hasta el tesoro. Pero nada
más desembarcar el británico despistó a los españoles con un mapa falso y se
volatilizó en la selva. Y, con él, la ubicación del tesoro de Lima.
¿Leyenda? ¿Verdad? Tal vez ambas. Decenas de estudiosos han
confirmado a lo largo de los siglos algunos elementos de esta historia. Y desde
luego debe de creérselos Ina Knobloch: esta bióloga alemana liderará una
expedición internacional que hará rumbo a la isla de Coco en busca (también)
del legendario tesoro. Será la primera autorizada por el Gobierno de Costa Rica
desde que en 1994 se prohibieran estas misiones.
"Probablemente vayamos en enero o febrero",
asegura Knobloch. Será la cuarta vez que la bióloga desembarque en Coco: se
quedará 10 días, porque una misión prácticamente autofinanciada no da para más.
De todos modos, desde su primera visita en 1988, la alemana ha sido hechizada
por una isla cuyas historias ha estudiado durante 20 años, viajando por medio
planeta y hablando con los expertos en la materia. Tanto que hasta ha escrito
un libro, "El secreto de la isla del tesoro" (que se traducirá pronto al español)
donde relata su búsqueda.
En el fondo, la obsesión de la bióloga es comprensible. Pese
a una superficie de tan solo 24 kilómetros cuadrados, la isla acoge una
mezcla asombrosa de Historia, naturaleza y literatura. A 500 kilómetros de
Costa Rica, desierta si se excluyen su flora y su fauna, Coco fue declarada
patrimonio de la humanidad por la Unesco. Hay especies animales que solo viven
allí. Y es la isla en la que se inspiró Michael Crichton para su novela "Parque
Jurásico". De hecho, el autor escribió parte del libro en el islote, que también
aparece en el filme.
¿Más? Se dice, y Knobloch considera probado, que "La isla del
tesoro" de Robert Louis Stevenson era, precisamente, Coco. Una práctica, por
otro lado, frecuente en medio del mar latinoamericano: como remata Jonathan
Franzen en un reciente relato publicado por el New Yorker, otra isla, la
chilena Masafuera, inspiró a Daniel Defoe para "Robinson Crusoe".
Y luego, no se olviden, está el tesoro de Lima. Para
encontrarlo, la expedición de Knobloch cuenta con un despliegue tecnológico
digno de Minority report. Un helicóptero permitirá mapear la isla desde el
cielo; y para mirar bajo el suelo, "hay una máquina que excava huecos
minúsculos pero muy profundos donde introducir un robot serpiente que observe
las grutas", explica Shaun Whitehead, un explorador británico miembro de
la misión.
Las grutas parecen ser la clave de la búsqueda. Tras sus
investigaciones, Knobloch ha concluido que, si el tesoro está en la isla, debe
de hallarse en una de sus cuevas. Fuertes del conocimiento de la alemana y de
los instrumentos de Whitehead, los 15 miembros de la misión cuentan con cierta
ventaja respeto a las anteriores expediciones. Porque una riqueza legendaria es
un canto de sirenas y decenas de cazatesoros han acudido a Coco en busca del
escondite del capitán Thompson. La mayoría se fue de vacío. Pero unos pocos se
llevaron una recompensa en forma de monedas de oro y plata.
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August Gissler vivió 19 años en la isla de Coco. /
LAUXMANN |
Seis, en concreto, fueron el botín que cosechó August
Gissler. Este alemán se pasó 19 años, de 1889 a 1908, viviendo en Coco, hasta el punto
de que Costa Rica le nombró gobernador de la isla. Ni así, sin embargo, pudo
encontrar el tesoro de Lima. Pero, como en toda leyenda no puede faltar la
maldición, justo cuando Gissler afirmaba saber dónde estaba el botín el destino
le quitó de en medio. En una fiesta en Nueva York, antes de la nueva, y
definitiva expedición, su mujer se encendió un cigarrillo. "Como sus guantes
habían sido limpiados con gasolina, se incendiaron. Murió quemada y Gissler
juró que jamás volvería a la isla", cuenta Knobloch, que oyó esta historia
de la boca del sobrino nieto del protagonista, Richard Gissler.
Tal vez el alemán hubiera encontrado el tesoro. O tal vez
no. Si dos indicios hacen una prueba, cientos de misiones fracasadas hacen la
fuerte sospecha que el botín pirata no exista. "Es una historia atractiva,
pero sin elementos científicos. Nunca se ha encontrado nada. Parece una leyenda",
asegura el exdirector del museo Nacional de Arqueología Subacuática, Rafael
Azuar.
Aun así, para Knobloch y Whitehead, la misión tiene todo el
sentido del mundo. "El tesoro sería un sueño. Pero el objetivo es sobre
todo arqueológico y biológico", relata la alemana. Estudiar las especies
animales, coger heces para analizarlas, investigar historia y morfología de
Coco son razones más reales y asequibles que el botín de Thompson. "Quiero
que sea la primera de muchas investigaciones. Y quiero abrir un museo sobre
Coco", añade Knobloch.
Sobre todo por la pasión de la bióloga, y por la garantía de
que la salvaguarda del ecosistema será prioritaria, el gobierno de Costa Rica
ha autorizado la expedición. No lo hacía desde que un decreto firmado en 1994
por el ministro de Ambiente, Energía y Telecomunicaciones, René Castro Salazar,
prohibió toda misión y sentenció que "el tesoro de la isla es su
biodiversidad". "Llegaban decenas de exploradores. Y no todos
cuidaban el patrimonio de Coco", explica Castro Salazar, que hace dos años
volvió a ocupar el mismo cargo.
De ahí que hoy haya un cupo de 3.000 visitantes al año y la
única población estable sean guardaparques y voluntarios que se turnan cada dos
meses. Y que luchan contra el acoso que Coco sufrió y sigue sufriendo por parte
de cazatesoros y pescadores ilegales. "La posición del Gobierno es que,
incluso siendo plausible que el botín se encuentre allí, hay que defender la
isla", relata Castro Salazar. Porque tiburones, cascadas y árboles valen
más que 24 cajas llenas de oro. O, bueno, por lo menos existen.