- Las aguas antárticas vuelven a ser escenario de la guerra entre cazadores nipones y activistas de Sea Shepherd.
- Eva Hidalgo, una de los cuatro activistas españoles que participan en la campaña de este año, narra cómo es su lucha contra los balleneros nipones, a los que acusan de cazar ilegalmente ballenas bajo el pretexto de sus investigación científicas.
- Ambos se acusan mutuamente de realizar maniobras que ponen en peligro sus vidas.
La activista de Sea Shepherd Eva Hidalgo, en el buque 'Steve Irwin'. (ELIZA MUIRHEAD) |
«Lo tenemos rodeado. Otro de nuestros barcos, el Bob Barker, está por delante. Mientras estemos aquí no pueden cazar y nos quedaremos patrullando hasta que se vayan para asegurarnos de que no atrapan más ballenas». Al otro lado del teléfono se encuentra la española Eva Hidalgo (Barcelona, 1989), uno de los activistas que participan en la operación Relentless (Implacable), la décima campaña de Sea Shepherd contra la caza de ballenas. Ella es la coordinadora científica y una de las encargadas de cubierta del Steve Irwin, uno de los tres barcos que han mandado a la Antártida para enfrentarse un año más a los japoneses, a los que acusan de cazar ilegalmente ballenas bajo el pretexto de investigaciones científicas.
Sangre en la cubierta del 'Nisshin Maru' tras ser descuartizada una ballena. Fue tomada desde un helicóptero. (TIM WATTERS) |
Este año se están repitiendo los enfrentamientos y ambos bandos se acusan mutuamente de realizar maniobras peligrosas. El Gobierno japonés ha pedido a Holanda (bajo cuya bandera navegan los barcos de Sea Shepherd), que tome medidas, pues asegura que las acciones de los ecologistas ponen en peligro a sus cazadores.
Hidalgo se defiende: «No usamos la violencia y nunca herimos a nadie. Nuestra técnica más eficaz es engancharnos a la parte trasera del buque factoría para evitar cualquier intento de transferir ballenas [desde los arponeros que las cazan]». Admite que el pasado han usado otras tácticas, como los cañones de agua y el lanzamiento de bombas fétidas, que al entrar en contacto con la carne de ballena la hace inviable para el consumo. También responde a aquellos que les llaman "ecopiratas". Para la activistas, "los únicos piratas son los cazadores japoneses".
«La operación del año pasado, Tolerancia Cero, fue nuestra mejor campaña. Salvamos 932 ballenas», asegura. Y es que de los 1.035 ejemplares que Japón estaba autorizado a cazar con fines científicos, sólo atrapó 103, una cifra que tiene la obligación de facilitar y de la que se desprende la estimación de los ecologistas. Este año, calculan, han debido cazar ya una decena.
Tres ballenas capturadas en el buque nipón 'Nisshin Maru'. (TIM WATTERS) |
A principios de enero de este año, lograron sacar a los nipones del santuario de ballenas, pero una vez fuera les perdieron el rastro porque no pudieron darles alcance. Tres semanas después, fueron los restos de vísceras que encontraron en el mar los que les ayudaron a localizar de nuevo al Nisshin Maru. Fue el 25 de enero. Desde entonces, no lo pierden de vista.
Hace ya tres años y medio que Hidalgo entró en contacto con Sea Shepherd. Fue en el Puerto de Barcelona, donde sus activistas hicieron escala durante la campaña para proteger el atún rojo en el Mediterráneo. Comenzó echándoles una mano en la limpieza del barco y haciendo tours en castellano. De un día para otro (literalmente) decidió dejarlo todo para unirse a ellos: «Dos días antes de que zarparan para Australia, me propusieron unirme a ellos», recuerda Hidalgo, que no dudó en dejar su vida en Barcelona y aparcar sus estudios de Biología para trasladarse a la otra punta del globo. «No me lo pensé dos veces. Era lo que siempre había querido hacer. Si estaba estudiando Biología era precisamente para proteger activamente la naturaleza y los océanos».
Desde entonces ha participado en seis campañas: cuatro en la Antártida para evitar matanzas de ballenas, una en el Mediterráneo para proteger el atún rojo y otra en las Islas Feroe contra la matanza de calderones. En la campaña de este año hay otros tres españoles: la fotógrafa canaria Iraultza Darias, el catalán Ian Col Rafel, en cubierta, y el ingeniero Alfonso Díaz. Todos son voluntarios y no reciben un salario.
La vida en el barco
La tripulación del Steve Irwin, en el que está Hidalgo, está compuesta por 39 personas. Las acciones para evitar la caza de ballenas, a veces de noche, marcan la jornada así que no hay horarios establecidos. En un día rutinario, no obstante, el despertador suena a las 8. «Como tripulación de cubierta, nos repartimos las tareas de limpieza, que son bastante aburridas. Pero también nos encargamos de llevar a cabo las acciones, de usar las lanchas rápidas. Dedicamos mucho tiempo a los entrenamientos para asegurarnos de que sale todo bien». Las tres comidas que se sirven son veganas (es decir, sin productos de origen animal). «La comida es deliciosa y nunca me he sentido débil. Todos estamos sanos», afirma. Disponen de varios aparatos para hacer deporte, como una bici estática y una cinta para correr. Y también usan vídeos para hacer aerobic. Por la noche ven películas, tocan música o charlan entre ellos.
Asegura que su familia siempre la ha apoyado y es su pilar. Pero hace un año y medio que no va a Barcelona y admite que también hay algunos momentos de cansancio y mucho frío: «Ahora estamos bien pero a veces llegamos a los -40º C y con el viento la sensación térmica es de -70º C», relata. Pese a a todo, se muestra más que satisfecha de su labor en el barco.
Este año además, es la coordinadora del proyecto científico: «Durante los avistamientos de ballenas tomamos fotos para identificarlas y compararlas con las de otros catálogos. También estamos realizando grabaciones de ballenas jorobadas con micrófonos submarinos. Como estudiante de Biología para mí es crucial compaginar el activismo con la investigación. ¿De qué sirve estudiar un ecosistema si no usamos ese conocimiento para evitar la explotación de esas especies?», se pregunta.
«Lo mejor de todo es haber conocido a tantos activistas que me han inspirado tanto. Hay gente de todos los lugares del mundo. Aquí nadie es un superhéroe, cada persona tiene su trabajo y su familia en casa. Bajamos a la Antártida porque estamos convencidos de que podemos detener la caza de ballenas. Y lo hacemos porque vemos que ningún gobierno hace nada para protegerlas», critica la activista. «Es un sentimiento muy fuerte que nos hace sentir como una familia».
Más información: Denuncian una matanza de ballenas en el océano Antártico
Fuente: El Mundo
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