Foto: NASA |
Desde el comienzo de la década
de 1980, el agujero de ozono ha ido creciendo sobre la Antártida durante la
primavera en esta zona -de septiembre a noviembre-, resultando en una
disminución en la concentración de ozono de hasta un 70%.
La disminución del ozono es
más extrema en la Antártida que en el Polo Norte, debido a que las fuertes
rachas de viento generan una corriente de aire frío, que conduce a temperaturas
extremadamente bajas. Frente a estas condiciones, los clorofluorocarbonos (CFC)
tienen un efecto más potente en la capa de ozono, reduciendo su presencia y
creando el conocido agujero.
Por el contrario, en el Ártico
el efecto es mucho menos pronunciado debido a que las masas de tierra
irregulares y las montañas del hemisferio norte impiden normalmente la
acumulación de fuertes vientos.
La reducción de la capa de
ozono en el hemisferio sur significa que las personas que viven allí están más
expuestos a rayos ultravioleta cancerígenos. Los acuerdos internacionales sobre
la protección de la capa de ozono -en particular el Protocolo de
Montreal- pueden haber detenido el
aumento de las concentraciones de CFC, provocando una caída drástica de este
fenómeno desde mediados de la década de 1990.
Sin embargo, la larga vida de
los CFC en la atmósfera podría significar que para volver a valores de cloro en
la estratosfera similares a 1960 habría que esperar hasta la mitad de este
siglo.
En cualquier caso, la
evolución de la capa de ozono se ve afectada por la interacción entre la
química atmosférica y dinámica como el viento y la temperatura. Si las
condiciones climáticas y atmosféricas muestran un comportamiento inusual, puede
dar lugar a condiciones extremas de ozono, como el mínimo histórico observado
en la primavera de 2011 en el Ártico o la reducción del agujero en la
Antártida.
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