A las 20. Manuel Lozano, que inició las recorridas, asigna
las frazadas y otros elementos a distribuir.
|
La esquina de Bartolomé Mitre y Riobamba se llena de gente
cada noche a las 20. El único objetivo es encontrarse para brindar tiempo,
ganas y amor a una causa social: “Las recorridas por el frío”. Desde el 2 mayo,
unos 1500 voluntarios salen por las calles porteñas de lunes a lunes para darle
abrigo, comida y compañía a gente en situación de calle.
Según un relevamiento propio, asisten a 1.215 personas (el
censo de la Ciudad
de fines de 2011 arrojó 876). Les llevan sopa, frazadas y ropa para el frío,
que de a poco empieza a afectar a todos y se hace más difícil de soportar.
También sirve para conocer sus historias y brindar contención.
Estas recorridas empezaron hace tres años, cuando Manuel
Lozano y dos amigas vieron la necesidad de salir a ayudar a la gente que vive
en la calle porque el invierno y la ola de frío polar no daba tregua. Ellos
salían algunos días en la semana, llevaban sopa caliente y ganas de escuchar y
hablar. En 2010, las recorridas empezaron a hacerse todos los días. Los tres
que comenzaron se transformaron en 650. En 2011 el número subió a 1.500
voluntarios y en lo que va de 2012 se igualó y esperan superarlo.
Manuel Lozano, hasta hace poco ligado a la Red Solidaria , ahora
organiza las recorridas desde su proyecto, que es la Fundación Si . Se
propuso afianzar el vínculo con las personas a las que asistía para abordar sus
problemáticas y necesidades. “Al hacerlo diariamente y lograr un vínculo de
afecto y confianza pudimos empezar a prometerles otras cosas. Y ahí la sopa se
convirtió en una excusa”, asegura, y agrega: “Cuando más información tenés de
la historia hay más posibilidades de saber cómo abordar sus problemas. Ya sea
para restablecer un vínculo familiar o ayudarlos por adicciones. Una de las
necesidades que vimos y empezamos a cubrir desde el año pasado es la de la
atención médica, y por eso incluimos médicos dos días a la semana”.
Durante las recorridas, a cada grupo se le da una canasta
con las sopas, las frazadas y la ropa para entregar. También una carpeta con la
ficha de cada una de las personas a las que asisten. En la zona 12, que abarca
Santa Fe, Callao, Córdoba y la 9 de Julio, de la primera parada surge la figura
de Carlos, que espera a los voluntarios para tomar la sopa y hablar un rato.
“¿Alguno sabe filosofía? Tengo ganas de empezar a estudiar en la UBA , es muy interesante”,
cuenta entusiasmado. La intención parece tan sincera que varios voluntarios
prometen llevarle toda la información que necesita y hasta acompañarlo a
anotarse. Victoria le ofrece del guiso que ella misma preparó. Cada vez que
puede cocina algo para llevar a las recorridas y así ofrecer una comida más
abundante.
Más adelante, en la plaza Pizzurno, aparece Sandra con su
amigo el Cordobés y otros chicos más. Sandra saluda a todos, ya los conoce.
“Había vuelto con mi novio, por eso no estuve la semana pasada, pero nos
volvimos a pelear. Tal vez es por mi enfermedad, pero no quiero que me escuchen
porque me retan”, cuenta entre lágrimas. Sandra tiene SIDA y vive a una cuadra
de la plaza de Rodríguez Peña y Paraguay con los chicos a los que considera sus
“amigos y protectores”, y no quiere que ellos la vean “mal”. Laura, Lucía y
otras voluntarias buscan ropa abrigada para darle. Sandra se prueba una
campera, después una remera. Se las queda. Y devuelve otras prendas: “El otro
día me dejaron esta ropa pero no me queda. Seguro que le sirve a alguna nena”,
dice. Entre saludos y abrazos prometen encontrase la semana próxima.
Casi al final de la recorrida, sobre la 9 de Julio, Miguel Ángel
y su esposa toman mate con Susana, que está embarazada. Entre todos
intercambian nombres para el bebé que está en camino. Miguel Ángel se lleva muy
bien con Verónica, una de las voluntarias, y mientras toma la sopa, pregunta
por uno de los chicos que ese día no está. En la escena irrumpe un grupo de
nenes que reciben una pelota y un juguete prometidos hace tiempo. La despedida
empieza entre risas y pequeños sueños cumplidos. Cada jornada se parece a la
anterior.
Recorridas de tres horas en las que los voluntarios se
cruzan con viejos conocidos y también con caras nuevas. A los que están
dormidos les dejan la sopa y el pan, y también están los que no quieren recibir
ayuda.
“Hay muchos chicos de la calle que tienen futuro y van a
poder salir si alguien les ofrece el lugar. Es importante que le gente se dé
cuenta de eso y nos ayude”, asegura Lozano. Y lo dice con la autoridad de quien
conoce historias que permiten creer en que hay realidades que pueden mejorar.
Fuente: Clarín