Una plataforma petrolífera, varada junto a la isla de Sitkalidak, en Alaska. |
Como en la hipótesis de Gaia (diosa griega de la Tierra ), nuestro planeta
responde a los ataques que sufre. Y trata, por sus propios medios, de restañar
el equilibrio perdido. En las codiciadas tierras y mares del Ártico, varios
gigantes petroleros han sentido que explotar los 360.000 millones de barriles
equivalentes de petróleo que, según el Servicio Geológico de Estados Unidos
(USGC, por sus siglas en inglés), están por descubrir en estas aguas y arenas,
puede convertirse en una pesadilla, incluso para colosos de recursos económicos
casi ilimitados como Royal Dutch Shell o Statoil.
Un frío extremo, meses de oscuridad, tormentas con vientos
huracanados y una niebla que parece sólida transforman las condiciones de
trabajo en regiones como Alaska en una epopeya diaria. Y si, además, la
plataforma es off shore (en el mar), la dureza lleva al ser humano al extremo
en situaciones básicas: acceder a la instalación, andar por ella o efectuar
cualquier tarea manual.
“Hoy por hoy, los requisitos para la extracción todavía son
muy duros. Aunque no es imposible”, advierte Mariano Marzo, catedrático de
Recursos Energéticos de la
Universidad de Barcelona. “Hace falta tiempo, ya que estamos
llegando a los límites. A los recursos frontera”, donde “los riesgos y los
costes son muy altos”.
La petrolera Shell, que lleva invertidos 4.000 millones de
dólares (3.100 millones de euros) en los últimos años en el Ártico, anunciaba
el 27 de febrero pasado que suspendía las operaciones en los mares de Beaufort
y Chukchi (Alaska). La dureza de la climatología, problemas técnicos y de
seguridad en sus instalaciones marinas y, sobre todo, ver cómo su plataforma de
perforación flotante Kulluk encallaba —tras romper sus sujeciones— en la isla
deshabitada de Sitkalidak y su tripulación (18 personas) tenía que ser
rescatada por la
Guardia Costera desbordó el vaso.
Meses antes, Nick Butler, antiguo vicepresidente de
Estrategia de BP, explicaba en Financial Times que el abandono de Shell sería
una muestra “de sentido común comercial”. Sin embargo, esto no significa que
las petroleras den la batalla del Ártico por perdida. Y menos la de Alaska. Al
contrario. La propia Shell deja claro que es una parada temporal, no un
abandono. “La decisión de parar este año nos dará tiempo para asegurar que el
personal y el equipo esté preparado después de la temporada de perforaciones de
2012” ,
desgrana la petrolera.
Y en un mundo tan interconectado, esta parada también
repercute en Repsol. Posee los derechos de 71 bloques en el mar de Beaufort (355.000 acres ) que
pretende explotar con Shell. Aunque en este caso, la española tiene una
participación limitada (20%) y actúa más como socio financiero que como
operador. Atesora 207 bloques en tierra, 164 off shore y cinco ya se explotan.
Además la compañía relata que Alaska es, “de largo”, la zona del Ártico que más
les interesa. Como vemos, escaso respiro para unas tierras que soportan mucha
presión. De hecho, la
Administración de Obama también debe decidir si permite en
2014 las perforaciones que ha solicitado ConocoPhillips.
Frente a tanta indecisión, quien ya ha mostrado sus cartas
es la noruega Statoil (que ha estado muy pendiente de los avatares de Shell).
“Nos vamos a tomar un descanso en Alaska”, comentaba hace poco su director
ejecutivo, Bill Maloney, a la agencia Bloomberg. La petrolera ha pospuesto sus
planes de perforación hasta al menos 2015 para centrase en el ártico noruego y
ruso. Y también Lukoil prefiere Siberia antes que Alaska. Es decir, la tensión
sobre el Ártico no desaparece sino que se traslada e intensifica en nuevas
zonas, como el mar de Kara (Ártico ruso), donde la americana ExxonMobil y la
estatal rusa Rosneft comparten intereses. Todo “beneficiado” por un cambio
climático, que empieza a permitir explotar áreas hasta ahora inaccesibles.
Entonces ¿por qué esta insistencia en las aguas de Alaska?
Es una explotación cara, peligrosa, incierta (nadie sabe cómo se comporta el
petróleo en aguas heladas) y los ingresos tardan más de una década en
materializarse, frente a los meses de una perforación en tierra o en mares
tranquilos. La extracción de petróleo de los campos convencionales cae —según la Agencia Internacional
de la Energía —
un 7% al año y hace falta compensarla. “Necesitamos en producción nueva el
equivalente a cuatro arabias sauditas [160 millones de barriles al día en
total] solo para cubrir la demanda que habrá hasta 2020” , estima Marzo. “Hay que
poner más crudo encima de la mesa”. Y para ello se recurre a nuevas
explotaciones, plantas antiguas que antes eran deficitarias o incluso aquellas
que tienen riesgo geopolítico (Irak) o medioambiental (Alaska).
Y es que, en contraposición al discurso oficial de algunos
grandes del petróleo: los riesgos son controlables, los altos costes asumibles
y los beneficios potenciales muy elevados; la industria aseguradora les hace
tocar el suelo. Lloyd’s advertía a sus clientes en un informe que responder a
un derrame de crudo en una región “muy sensible a cualquier daño” tendría
“múltiples obstáculos, y todos juntos suponen un riesgo único y difícil de
gestionar”. El banco alemán WestLB anunció el año pasado que dejaba de asegurar
perforaciones marinas en Alaska porque “el riesgo y los costes eran simplemente
muy altos”. Y la petrolera francesa Total avisaba de que cualquier accidente en
la zona sería un “desastre”. Un ejemplo. Cuando la plataforma Kulluk encalló en
Sitkalidak (próxima a Kodiak, golfo de Alaska), la base más cercana de la Guardia Costera
estaba a mil millas de distancia.
Aun así, hay quien asegura, como Alfonso García, director de
energía del bróker de seguros Aon, que no existe “ninguna restricción en el
mercado asegurador en Alaska” y que ellos están cerrando operaciones. “Es una
cuestión de precio”, puntualiza. Se entiende que muy elevado, dado los peligros
que se asumen. A British Petroleum (BP) el vertido de Deepwater Horizon en el
golfo de México le costó, según Forbes, más de 60.000 millones de dólares
(46.800 millones de euros). ¿Qué precio tendría un derrame en el Ártico?
Incalculable.
En el fondo pervive la certeza de que las petroleras aún no
están preparadas para el gran desafío y los tremendos riesgos de las
operaciones en Alaska, y por extensión en el Ártico. John Podesta, ex jefe de
Gabinete de Bill Clinton, y actual presidente del Center for American Progress,
lo deja muy claro: “La
Administración de Obama no debería conceder ningún nuevo
permiso a Shell este año y tendría que suspender todas las peticiones de otras
compañías para perforar en esta remota e impredecible región”.
Reflexiones como la anterior son el punto de partida de las
posiciones de los grupos ecologistas. En 2012, hackers de Greenpeace
modificaron la imagen digital de Shell reinterpretando con ironía el clásico
lema de la petrolera: “Let’s Go” por variaciones como “Why go solar when you
can drill polar. Let’s Go” (Porqué ser solar cuando puedes perforar polar.
Adelante).
Un sarcasmo que evidencia una preocupación planetaria. “Lo
que para la humanidad es un desastre medioambiental, para las petroleras es una
oportunidad económica y no van a cesar en su búsqueda de gas y petróleo”, avisa
Pilar Marcos, responsable de la campaña del Ártico de Greenpeace. De momento,
la diosa Gaia ha enviado a los elementos a luchar contra las naves. Pero
¿cuánto tiempo resistirá el embate?
Fuente: El País de España
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