lunes, 11 de marzo de 2013

Volcanes de Nueva Zelanda

Lagos de color esmeralda, terrenos humeantes, bosques, cataratas y nieves eternas. Increíbles paisajes que nos regala Nueva Zelanda.

Cedido a los neozelandeses por un jefe maorí, el nevado monte Ngauruhoe domina un asombroso entorno de bosques, tierras yermas y cráteres. Fotografía de Stuart Franklin

Una imponente roca volcánica reposa junto al lago Tama Superior, un cráter al pie del monte Ngauruhoe. Este volcán ha entrado en erupción más de 70 veces desde 1839. El personal del parque insta a los visitantes a que sepan cuáles son los caminos por donde suelen fluir las coladas de barro y a que abandonen el lugar en caso de amenaza de erupción.  Fotografía de Stuart Franklin

Los hayedos cubren las cataratas Waitonga en su caída de 40 metros por la ladera sur del monte Ruapehu. Dada su cercanía al mar de Tasmania, los volcanes del parque están expuestos a los vientos del oeste, que alcanzan sus cimas y traen fuertes lluvias. Fotografía de Stuart Franklin

El agua de las cascadas cae por cualquier barranco y desfiladero que encuentra a su paso en busca de la meseta Central o del mar. Símbolo nacional de Nueva Zelanda, los helechos arborescentes, que pueden alcanzar los seis metros de altura, atrapan la humedad de la bruma en sus estilizadas frondas. Fotografía de Stuart Franklin

El color de los lagos Esmeralda contrasta con el terreno humeante y lleno de cenizas de las laderas del Tongariro. Unos 65.000 visitantes recorren cada año los 19 kilómetros de la Travesía del Tongariro. (Vista panorámica compuesta de tres imágenes). Fotografía de Stuart Franklin

Oturere mantiene su aspecto yermo, pese a las abundantes precipitaciones: más de 1.500 milímetros de lluvia al año. Los vientos secos e impetuosos que soplan en las laderas del oeste resecan la región; los suelos frágiles de grava y cenizas volcánicas se erosionan con rapidez, y los torrentes excavan barrancos profundos. La vegetación intenta arraigar, pero muere.  Fotografía de Stuart Franklin

Delineando la topografía del frío, el hielo avanza por un pantano alpino de hierbas bajas, en la cara meridional del monte Ruapehu. Fotografía de Stuart Franklin

Cubierto por un manto invernal, el monte Ruapehu (en primer término), de 2.796 metros de altura, reina sobre el Parque Nacional Tongariro. El Ngauruhoe, con forma cónica, y el Tongariro, al fondo, se despojan de la nieve cuando llega el verano. Pero el frío nunca abandona el Ruapehu, lo que convierte al lago del Cráter en uno de los lagos volcánicos de nieves perpetuas más activos del mundo. Fotografía de Stuart Franklin

El hierro oxidado y los sedimentos volcánicos rodean uno de los lagos Esmeralda, en el monte Tongariro. Los visitantes nadan en los lagos del parque, pese al olor a azufre que desprende el agua. Fotografía de Stuart Franklin

Las gencianas florecen entre las hierbas autóctonas, en el desierto de Rangipo, al este de los tres grandes picos de Tongariro. Su presencia es bienvenida en esta elevada meseta, donde hiela a menudo y el fuego volcánico abrasa periódicamente el suelo. Fotografía de Stuart Franklin

Amanece, y una luz violácea ilumina Tongariro. El parque se convirtió en el oscuro reino de Mordor en la trilogía de El Señor de los Anillos filmada por Peter Jackson. El monte Ngauruhoe, en la pantalla el monte Doom, muestra su magia y poder cada año, cuando lo visitan miles de escaladores, montañeros y esquiadores. Fotografía de Stuart Franklin  

Fluye el agua fría por los rápidos de Mahuia, cincelando el suelo volcánico del valle de Whakapapaiti. El valle superior, tapizado de bosques de haya, tomó forma gracias al poder erosionador de los glaciares del monte Ruapehu. Fotografía de Stuart Franklin

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