Las nuevas tecnologías de mapas están cambiando la forma en que nos relacionamos con el espacio. |
Con los mapas digitales y la tecnología del sistema de
posicionamiento global (GPS, por sus siglas en inglés) es casi imposible
perderse hoy en día. Pero, ¿cómo afectará la desaparición de los mapas de papel
la forma en que vivimos?
Simon Garfield es autor del libro Sobre el mapa:
¿Por qué el mundo tiene esta apariencia? |
¿Se ha perdido recientemente? Disfrute de la sensación
mientras pueda, porque cada vez es más difícil.
Pertenecemos a una raza curiosa y siempre nos ha gustado
saber dónde estamos, pero ahora es casi imposible no saberlo -nuestros
teléfonos, computadoras y navegadores satelitales actualizan continuamente
nuestras coordenadas- y a través de ellos seguimos nuestro propio rastro.
Alguna vez fueron privilegio exclusivo de ricos y poderosos,
pero en la actualidad los mapas y sistemas de orientación parecen casi un
derecho natural, hasta el punto en que si no cumplen con nuestras expectativas,
nos sentimos desvalidos, verdaderamente desorientados.
Para los menores de 25 años es difícil recordar una época en
la que usábamos mapas desplegables (o que se compraban plegados y nunca se
podían volver a doblar igual).
Sin embargo, una novísima generación de cartógrafos tiene en
sus manos los mapas más influyentes de nuestra vida.
No cargan con la responsabilidad de representar nuestros
paisajes con coordenadas y contornos delicadamente trazados, con símbolos
reconocibles y puntos de referencia relevantes.
El mapa del astrónomo grecorromano Ptolomeo es del año 150.
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Los nuevos mapas son diseñados por técnicos y expertos en
píxeles, que probablemente se preocupen más por la velocidad de carga de
pantalla que por la ausencia de ciertas partes en un mapa de, por ejemplo,
Manchester o Chicago.
Hay, sin embargo, una reacción visible. Organizaciones como
OpenStreetMap permiten que los usuarios se conviertan en cartógrafos digitales,
al mejor estilo Wikipedia, al agregar áreas o información local a un mapa
global.
Además, hay en Internet indicios de una pasión renovada por
los mapas dibujados a mano, que ofrecen una visión personal -y a veces con
sentido del humor- de nuestras vidas y destacan entre la uniformidad
corporativa de las grandes empresas de mapas.
El centro del mundo
Pero hoy en día estamos literalmente en el centro de
nuestros mapas, lo cual es tan útil como egocéntrico.
Hace mil años, Jerusalén se erigía en el centro del mundo
cristiano. Si uno vivía en China, ese centro era Youzhou.
Ahora somos nosotros, un punto verde que titila en las
pantallas portátiles.
Ya no viajamos de "A" a "B" sino de
"Mí" a "B", y únicamente por nostalgia desplegamos mapas
sobre nuestro regazo cuando viajamos en auto.
Es muy posible caminar, teléfono en mano, de una punta de
una ciudad a otra sin levantar la vista. Y lo que nos perdemos es histórico,
social y monumental.
En los automóviles, el GPS puede guiarnos fácilmente de un
país a otro, y podemos llegar a destino sin tener ni idea de cómo llegamos
hasta allí.
De camino desde Londres a Cornwall, en Reino Unido, los
conductores podrían viajar escuchando un programa radial sobre el sitio
arqueológio de Stonehenge sin darse cuenta de que lo acaban de pasar a su
derecha en la carretera.
El primer mapa que muestra América fue creado en 1500 por el
español Juan de
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Ahora tendemos a mirar sólo unos pocos metros hacia
adelante, una distancia bastante menor que la que utilizaban nuestros ancestros
para avistar a sus presas cuando vivían en las cavernas.
Capacidad espacial
Existe otro problema: los mapas digitales nos están
encogiendo el cerebro.
El científico Richard Dawkins ha sugerido que el dibujo de
mapas pudo haber sido el estímulo decisivo -incluso más que el desarrollo del
lenguaje- para que nuestro cerebro creciera y superara los obstáculos que
dejaron atrás a otros simios.
Durante siglos, los mapas nos han guiado y han contribuido a
desarrollar todo lo que nos hace humanos, y todavía marcan y delinean nuestra
historia.
Es pronto para saber si la pérdida de la capacidad espacial
y de la perspectiva -y de la habilidad de recordar puntos de referencia- hará
que se reduzca esa zona del hipocampo cerebral que sirve como motor para tales
destrezas, pero es muy probable.
Un estudio del cerebro de taxistas mostró una expansión de
ese área en concreto debido, según se cree, a la memorización de muchos
kilómetros de mapas urbanos.
Como el cartógrafo e historiador Jerry Brotton observó
recientemente, los mapas digitales se encuentran en la fase de "impresora
de matriz de puntos", lo que significa que es una etapa incipiente,
borrosa y descentrada, aunque irreversible.
No hay dudas de que aumentarán el alcance, la exactitud y la
naturaleza personalizada de los mapas digitales, y de que crecerá la influencia
de las compañías de mapeo en nuestra vida cotidiana.
Este mapa del año 1795 divide al mundo en los hemisferios
oriental y occidental.
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Exploradores
La sede de Google Maps está ubicada en la ciudad de Mountain
View (que quiere decir "vista desde la montaña"), en California, pero
cuando visité sus oficinas para hablar sobre el futuro de los mapas, me guiaron
hasta una sala de reuniones sin ventanas y con el nombre de un famoso
explorador.
Ví que todas las salas tenían nombres similares, y que la
compañía había mandado a hacer un poste de señalización de madera para indicar
el camino a sus empleados.
La señal había sido descascarada adrede para que pareciera
antigua -como si fuera de la época del popular héroe estadounidense Davy
Crockett- y los nombres tallados en sus carteles resumían el heroico esfuerzo
humano que hizo falta para cartografiar el mundo antes de que los satélites
hicieran que esta tarea fuera obsoleta.
Estaba inscrito Marco Polo, como Francis Drake, Vasco de
Gama, Magallanes, Lewis y Clark y Ernest Shackleton.
Era una señal bonita, pero sobre todo transmitía muy bien un
mensaje: ahora manda Google, y dirige a sus todopoderosos empleados hacia las
salas desde las que, de uno en uno, nos dirigirán al resto de nosotros
alrededor del mundo.
Esto son algunos de los mapas dibujados por lectores de la
revista "Londonist".
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