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martes, 21 de agosto de 2012

Revelan los secretos del galeón hallado en Puerto Madero

El hallazgo. Los restos del barco, encontrados durante la excavación del
complejo Zen City. /maria eugenia cerutti

A casi cuatro años de su hallazgo, el viejo barco español que apareció en Puerto Madero sigue revelando sus secretos. Los investigadores ahora saben con certeza que era un pequeño navío mercante privado de mitad del siglo XVIII. Y descubrieron que traía aceitunas y lingotes de hierro, entre otras mercancías para vender en Buenos Aires.

A cargo del proyecto están Mónica Valentini y Javier García Cano, dos especialistas en arqueología subacuática que trabajan en un laboratorio en Bolívar 466, sede de la Dirección General de Patrimonio e Instituto Histórico de la Ciudad. Allí guardan las 15.000 piezas recolectadas en el sitio del hallazgo, incluyendo centenares de fragmentos de objetos que ellos reconstruyen con paciencia. Algunos serán exhibidos por primera vez desde el 14 de septiembre, en una muestra en la Casa de Liniers.

La historia del barco se remonta a 1747, el año en que un carpintero del mar Cantábrico taló el roble para construirlo. Así lo determinó la dendrocronología, una técnica que averigua la antigüedad de la madera analizando los anillos que marcan el crecimiento anual del árbol. El carpintero armó un navío modesto pero robusto, con no más de 30 metros de eslora y una bodega de proa a popa.

Metales. Una pieza hallada, con el arqueólogo García Cano. /nestor sieira
“Era un barco mercante privado –dice García Cano–. No pertenecía a la corona ni hay registros de él. El dueño se lo encargó al carpintero y le sacaba rédito comerciando por su cuenta. Una teoría es que traía contrabando. Pero hacia 1750, Buenos Aires tenía 40.000 habitantes, carecía de manufacturas y casi toda su economía era informal”.

Pero el Río de la Plata, con su poca profundidad y sus bancos de arena, fue una trampa para el navío, que encalló o tuvo un accidente, como lo revela su quilla rota. Quedó en río abierto, cerca de la desembocadura del Riachuelo, en lo que hoy es Puerto Madero. Se sabe que la tripulación pudo abandonarlo, porque no quedaron restos humanos. En cambio, encontraron gran parte de la carga, incluyendo numerosas botijas de arcilla enteras y fragmentadas. Algunas conservaban su tapón de corcho y una hasta tenía un sello sujeto con una cuerda. “En una había carozos de aceituna”, cuenta García Cano. Otras tenían brea y resina de pino para el mantenimiento del barco.

También había fragmentos de jarras. “Cuando las reconstruimos descubrimos que eran alcarrazas, como las que se ven en cuadros de Zurbarán o Murillo. Son de una cerámica porosa que mantiene fresca el agua”, dice Valentini.

En un tablón de madera hallaron el detallado dibujo de un barco, hecho con trazos firmes con un elemento cortante. “No hay una pieza igual en Latinoamérica –afirma García Cano–. Evidentemente, lo hizo un marinero que sabía dibujar muy bien. Tal vez, durante sus ocho horas de descanso o en una estancia castigado en la bodega”.

Cerámicas. Valentini muestra vasijas usadas para llevar mercaderías.
Entre otros elementos de metal, encontraron clavos, tachuelas y pernos de hierro forjado que eran parte del barco. Entre la carga había también hachas y azuelas. Se cree que una parte era para trabajar sobre la embarcación y otra, pudo haber sido para las minas de Potosí. También había platinas. “Son lingotes de hierro que traían para fundir y hacer herramientas, porque en Buenos Aires no había hierro. Incluso los cuatro cañones hallados pueden haber sido chatarra para la fundición. Son de principios del siglo XVIII, de hierro gris y de un calibre chico. Eran baratos y rústicos. Y no estaban las cureñas, que son las estructuras de madera sobre las que se montaban. Ahora estamos reconstruyéndolos en 3D”, dice García Cano.

También aparecieron algunos elementos textiles: “Hay un fragmento muy pequeño de lo que pudo haber sido un cinturón o un arnés –cuenta Valentini–. Y también están los cabos del barco”. Por otra parte, sorprenden las 29 pipas de cerámica y de caolín encontradas. “Hay una con tres flores de Lis, que podría ser del siglo XVIII y provenir de Gouda, Países Bajos”, explica García Cano.

“Somos conscientes de la importancia científica e histórica de estas investigaciones –dice el ministro de Cultura porteño, Hernán Lombardi–. Por eso no quisimos quedarnos con el hecho azaroso del descubrimiento del barco, sino que apoyamos el trabajo de los arqueólogos para la conservación de los elementos encontrados y para conocer más datos sobre la travesía”.

En abril de 2010, el barco fue enterrado a dos metros bajo tierra en Barraca Peña, en condiciones ideales de oxígeno y humedad. Para monitorear su grado de preservación, le pusieron sensores. García Cano confirma: “El pecio está estabilizado y en buen estado”. Y es ahí, en La Boca, donde este viejo navío finalmente encontró su puerto.

Fuente: Clarín

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